Acabo de
leer, con emoción desbordante, el último libro de don José Jiménez Lozano, Un
libro que, por desgracia, ya es póstumo. Se recogen en él los diarios del
escritor abulense desde 2018 a enero de 2020, tan sólo dos meses antes de que
nos dijera adiós. Con su gran cultura, fruto de sus muchas lecturas, la mirada de don José va
comentando los acontecimientos diarios y nos van revelando y aclarando el mundo
que nos rodea. Por desgracia, ya no puedo llegarme hasta Alcazarén y hablar con
él, pero este libro me ha hecho volver a su despacho, a su jardín, a su
biblioteca en aquella casa anexa en donde tenía una mesa de camilla y una
estufa. Ya los otoños no son los otoños sin la mirada de acianos de don José y
aquella carretera que lleva hasta el pueblo en el que nació Vicente, el
camarero del bar Longinos, se ha quedado triste. Ya no aparcaré más el coche
delante de su puerta ni le veré salir con su figura pequeña de niño travieso
apartando la cortina de la puerta. Este año que ya termina se ha llevado a
mucha gente, a demasiada gente y a algunas personas muy cercanas de las que ni
siquiera puedo escribir porque la escritura necesita de la reflexión y no se
puede reflexionar cuando el dolor te ciñe el corazón. Me quedan tus libros, tus
flores, tus poetas y la suerte de haberte conocido, de haber leído tantos
libros que generosamente me recomendaste. Gracias, José. Seguiré recogiendo
acianos en recuerdo tuyo.
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