LA CHICA DESPEDIDA POR LEER A
PROUST
A la chica de la foto la despidieron porque, cuando
trabajaba de mecanógrafa y telefonista en una inmobiliaria de Manhattan, la
supervisora la pilló con un libro en la mano. La mujer aquella le quitó el
libro, la golpeó en la cabeza con él y le señaló el camino de la puerta no sin
antes profetizarle: “Nunca llegarás a nada en este mundo”. Pero aquella chica
era una yonkie de las palabras, una lletraferit
que no podía vivir sin la escritura
pues, como ella misma escribió, “no me gustaría vivir si no pudiese escribir”.
Y ello era así porque “la escritura no es sólo mi modo de ganarme la vida; es
como me gano mi alma”. Y también porque “escribir
es mi modo de buscar a Dios”.
La chica de la foto se fue a su casa y se puso a escribir
párrafos tan bonitos como es éste con el que arranca su novela corta más
famosa, La balada del café triste:
El pueblo de por sí ya es
melancólico. No tiene gran cosa, aparte de la fábrica de hilaturas de algodón,
las casas de dos habitaciones donde viven los obreros, varios melocotoneros,
una iglesia con dos vidrieras de colores, y una miserable calle principal que
no medirá más de cien metros. Los sábados llegan los granjeros de los
alrededores para hacer sus copras y charlar un rato. Fuera de eso, el pueblo es
solitario, triste; está como perdido y olvidado del resto del mundo. La
estación de ferrocarril más próxima es Society City, y las líneas de autobuses
Greyhound y White Bus pasan por la carretera de Forks Falls, a cinco kilómetros
de distancia. los inviernos son cortos y crudos y los veranos blancos de luz y
de un calor rabioso.
La chica de la foto, pese a lo
que le dijo la supervisora de aquella sombría inmobiliaria de Manhattan ( ni de
la una ni de la otra recuerda nadie el nombre),
llegó a bastante en este mundo, por ejemplo, a escribir novelas como Reloj sin manecillas o El corazón es un cazador solitario y nouvelles de tanta calidad literaria
como Reflejos en un ojo dorado, la ya
citada Balada del café triste y Frankie y la boda. Por cierto, no sé si
he dicho que la mecanógrafa despedida se llamaba Carson McCullers.
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