Siempre
que vuelvo de Cantabria, regreso con una dosis muy alta de cantabrina y me pongo a leer a los poetas y escritores de la tierruca. No había leído Sotileza de Pereda y a ello me puse en
una edición de Austral con cuerpo de letra que no llega al cinco. Y leer Sotileza ha sido darse un paseo por el
Santander que ya no conoció Pereda con los callealteros
y los comerciantes, los pescadores y los marinos mercantes. Llena de palabras pejinas, la novela se deja leer, pero
parece mucho más antigua que Marta y María de Palacio Valdés que, curiosamente,
es de un año antes. Don José María Valverde decía que era la mejor novela del
novelista de Polanco. Quizás me guste más
Peñas arriba en el que
regresamos al tópico del madrileño redimido por la vita rustica, pero ya sabéis que en el gusto también interviene el
momento. Dentro de poco, como sigo aún con el ataque de cantabritis, me pondré a la lectura de El sabor de la tierruca, pero, mientras tanto, me quedo con el buen
sabor de boca de Sotileza aunque, al final, … No, no puedo hacer eso: no puedo
deciros lo que ocurre a la pobre pero noble Sotileza. Descubridlo vosotros si
tenéis curiosidad.
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