Había leído algunas cosas
sueltas de Luis Alberto de Cuenca y pensé que en este verano del 2013 era ya
hora de entrar un poco más en profundidad. Y gracias a esas antologías de Renacimiento, en este caso preparada por
el propio autor, he ahondado un poco más en la poesía de este madrileño con el
que comparto ese poema de la Castellana que pongo tras estas escuetas palabras.
Sus poemas engañan porque tras una aparente facilidad se esconde un trabajo de
pulido, labor limae, que decimos los
filólogos clásicos. De este autor, me gustan también los poemas que hacen
referencia a nuestro mundo clásico y me gusta su porte de caballero español. ¡
Y olé!
Cuando
vivías en La Castellana
Cuando vivías en la Castellana
usabas un perfume tan amargo
que mis manos sufrían al rozarte
y se me ahogaban de melancolía.
Si íbamos a cenar, o si las gordas
daban alguna fiesta, tu perfume
lo echaba a perder todo. No sé dónde
compraste aquel extracto de tragedia,
aquel ácido aroma de martirio.
Lo que sé es que lo huelo todavía
cuando paseo por la Castellana
muerto de amor, junto al antiguo hipódromo,
y me sigue matando su veneno.
Cuando vivías en la Castellana
usabas un perfume tan amargo
que mis manos sufrían al rozarte
y se me ahogaban de melancolía.
Si íbamos a cenar, o si las gordas
daban alguna fiesta, tu perfume
lo echaba a perder todo. No sé dónde
compraste aquel extracto de tragedia,
aquel ácido aroma de martirio.
Lo que sé es que lo huelo todavía
cuando paseo por la Castellana
muerto de amor, junto al antiguo hipódromo,
y me sigue matando su veneno.
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