En este tórrido verano boecillano me apetecía leer al
extraño personaje que fue el Conde de Lautréamont para imaginarme que andaba un
servidor por las calles de parís rodeado de la caterva de monstruos que pare
este uruguayo hijo de franceses en sus cantos
de Maldoror. Poeta maldito por excelencia, Ducasse hace de su Maldoror un
enemigo firme de Dios, un anti Dios, con cuya obra me he propuesto atacar al hombre y a Aquel que lo creó. Un ser que
recibe la vida como si fuera una herida y
prohibí al suicidio curar la cicatriz.
Un ser único que no duda en afirmar: Busqué
un alma que se me pareciera y no pude encontrarla. Cuando murió, Isidore
Ducasse, que contaba con tan sólo veinticuatro años, era un completo
desconocido, pero con la llegada de los surrealistas, en especial de André
Breton, el conde de Lautréamont se convirtió en su referente. Gide lo elogió y
también se convirtió en referente máximo de otros surrealistas como Aragon o
Éluard. Aquel extraño muchacho que llegó a París desde Montevideo pasó a ser un
imprescindible para la poesía del siglo XX y punto de arranque del surrealismo
artístico y poético. Lo he leído en la edición de Ángel Pariente, gran poeta y
traductor, pero os aviso que hay una bilingüe en Akal de Manuel Álvarez Ortega y que, conocidas las traducciones magníficas
que realiza el poeta cordobés, creo que no hay que perderla de vista. Pues, venga,
no lo dudéis y a haceros un poco malditos con el conde.
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