Ya se va pasando el tiempo de las cerezas que tienen su
sazón a finales de junio y principios de julio y tendremos que esperar al siguiente verano para volver a
disfrutar con su carne jugosa y prieta.
Me gustan mucho las del Jerte, claro, pero no desprecio tampoco las de Aragón,
de buen calibre y quizás de menos sabor, pero siempre exquisitas. Tampoco me
enturbian el paladar las de Ávila, de la zona de Navaluenga, en donde también
recogen unos exquisitos melocotones que ahora están su momento mejor y que nada
tienen que envidiar en sabor a los de Calanda, el pueblo de don Luis Buñuel y de
los tambores. También os digo que siempre tuve la curiosidad de probar esas
cerezas literarias de Gabriel Miró, las de su libro Las cerezas del cementerio .En fin, si ya no nos quedan cerezas,
comeremos melocotones, esos que tanto gustaban a mi muy admirado Josep Pla y
que Bertrand Russel, al descubrir su etimología, dijo que le sabían mejor al
conocer la procedencia de su nombre.
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