Arturo
Reyes es un poeta de esos que podríamos meter en el triste saco de los poetas
olvidados, pero de manera injusta. A esta malagueño, cuando alguien se refiere a él, lo mete en el montón de los
pre-modernistas. Y es una verdad porque parece que en España aprendimos a
versificar en “exótico” con el gran Rubén Darío (del que su momento haré una
entrada), pero ya antes de él había poetas por estas tierras que le habían
cogido el gusto al verso musical y suntuoso. Decía don Julio Cejador y Frauca
lo que sigue de tan desconocido poeta:
… Los amoríos andaluces, con los coqueteos
sutiles y enloquecedores de las mocitas; el garbo, fachenda y matonería de los
enamorados acuchilladores; los diálogos a la reja, los encuentros en tascas y
calles, los celos y las riñas, las castañuelas repicando y las faldas
revoloteando, , los ojos negros centelleantes, las coplas y bailes, todo el
calor de Málaga y el hirviente apasionamiento de sus hijos, ha quedado en las
prosas y versos de este escritor castizo, que no hizo caso de las modas poéticas venidas de allende ni de las niñerías en que
se entretenían los modernistas, porque
hallaba él en su tierra que admirar y cantar.
Poco podemos decir después de lo dicho por don
Julio, cuya casa veía yo en la glorieta de Quevedo madrileña cuando me
encaminaba a la Facultad, salvo que, leída su retórica definición del poeta,
quizás uno entiende el olvido…
A mí, de Reyes, me apasiona su métrica musical. Fijaos si no
en éste maravilloso verso, un dodecasílabo con cesura medial:
Crucé del castillo los vastos salones
A bote pronto, el ritmo es yámbico – anapéstico y de gran
belleza, por cierto, pero lo confirmaré mirándolo en algún manual de métrica
española al uso. Ahora, para que gocéis de la música de este malagueño, os
copio unos versos más de ese poema que se llama Desde el marco:
Crucé del
castillo los vastos salones,
y en uno,
amueblado con viejos arcones
y rotos
sitiales, entre los girones
cubiertos
de polvo de un rico tapiz,
la imagen
pintada yo vi de un guerrero
con
casco, con mallas y cota de acero,
y – Saber
quién fuiste – le dije – yo quiero,
y al
punto el guerrero repúsome así:
Yo fui un
valeroso famoso caudillo
de alma
indomable; yo tuve un castillo
con cubos
y almenas y foso y rastrillo;
Leedlo dejándoos llevar por la musicalidad del poema y, por
un instante, Arturo Reyes saldrá de ese saco injusto de los poetas olvidados.
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