Hermann Hesse es un viejo
amigo que conozco desde los dieciséis años cuando, recomendado por una amiga de
la familia que era psicóloga, leí El lobo
estepario y, por qué echarme ahora flores, no lo entendí mucho. Luego
vinieron Demian o Bajo las ruedas y, sobre todo, su poesía
que me impactó y me sigue impactando aunque en España no es muy conocida y que me
llegó gracias a Richard Strauss que puso música a algunos poemas en sus Cuatro últimas canciones. El otro día en
Sandoval, esa trinchera en la que resiste Miguel, el gran librero de
Valladolid, encontré un librito pequeño de Austral básicos y me lo compré. El
librito se titula Cuentos de amor y
su autor es este autor alemán del que vengo hablando desde el comienzo de la
entrada. Y no me ha defraudado pues el autor escribe diferentes cuentos con diferentes
amores que, al juntarse en esta edición, forman una especie de precioso camafeo
de gran valor. Adolescentes con sus primeros besos, el amor del bajito y
acomplejado Herr Onhgelt o esa niña que ve el amor maduro de dos amantes, uno
apasionado y el otro ya de vuelta de todo y, al contemplar el amor así, en
estado crudo, sufre una fascinación o reacción extraña que la lleva a comenzar a dar vueltas alrededor de la pareja. No estamos ante cuentos rosas
sino ante relatos breves de amor de gran calidad. Y, por cierto, estamos ante
amor, precisión muy necesaria en estos tiempos en que sexo y amor se confunden
siendo ambos tan necesarios para el hombre, pero con el consiguiente
discernimiento entre uno y otro y con el consiguiente conocimiento de su
correcta ubicación.
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