Hacía
tiempo que no leía a Juvenal y, al releer alguna de sus sátiras y recordar las
otras, veo en este satírico romano el rechazo que tiene, “como romano de bien”
por aquellos que él consideraba marginales, gentes que estaban “mancillando” la
Roma eterna. Así, en sus sátiras, leemos sus quejas por la presencia de
mauritanos en su barrio; sus lamentos porque los emigrantes invaden Roma y le “roban”
sus derechos. ¡Hasta los homosexuales son objeto de las críticas del escritor
que desea un regreso a la Roma de Augusto por aquello de que “con Augusto
vivíamos mejor”! Este escritor, que era de Aquino, como más tarde Santo Tomás,
adolecía de esa enfermedad que se manifiesta como rechazo al diferente, al
distinto, al extranjero. Los inmigrantes vienen para quitarnos lo nuestro y,
por tanto, construyamos una valla que les impida entrar; tampoco entiendo a los
que no son como yo, hetero de toda la vida, que no hacen sino emponzoñar y
emporcar mi barrio. Es, en definitiva, el miedo del ser humano al que
es distinto. Juvenal, de haber vivido en
EEUU, hubiera votado sin problemas de conciencia a Trump o, si hubiera vivido
en España, se habría hecho militante de Vox, como Fernando Sánchez Dragó, y
hubiera predicado contra los moros, los negros y los sarasas. Como veis, el
tiempo pasa, pero la mejora moral del ser humano es casi imperceptible. Hoy en
día, muchos escribirían poemas como los de Juvenal, pero, por cobardía o por
falsedad, se los guardan. Al escritor romano tenemos que agradecerle al menos su
valentía por decir lo que piensa, pero, una vez expuesta su opinión, no podemos
estar de acuerdo con él. Si los gobernantes romanos le hubieran escuchado,
nosotros no estaríamos hablando en español y hablaríamos alguna lengua céltica.
En el fondo, el miedo al diferente es el miedo a nosotros mismos.
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