Hay
batallas que cambian el mundo y que hacen que éste sea muy distinto de lo que
podría haber sido. Esta historia comienza en el año 16 o 17 antes de Cristo
cuando nace un niño, hijo de un jefe querusco llamado Segimer. El niño fue
bautizado con el nombre de Arminio y llegó a ser ciudadano romano. Con apenas
veinte años, en el año 4 d.C., Arminio fue a luchar a la Panonia comandando un
destacamento querusco dentro de las tropas auxiliares romanas que estaban
compuestas por guerreros de las distintas provincias romanas. En el año 7. d.C.,
Arminio regresó a su Germania al lado de Varo. Augusto envió con Varo al joven
querusco pensando que éste, puesto que era germano, ayudaría mucho al
gobernador en la guerra y en los tratos con los germanos. Al principio, todo
fue bien porque Arminio era como un hijo para Varo, sin embargo, viendo el
joven querusco que los germanos se veían privados de la libertad, sintió la “llamada
de la sangre” y empezó a tener relaciones con jefes de otras tribus germanas.
El muchacho que había nacido en Germania pensó que era el momento de defender a
su gente y derrotó a los romanos en la batalla de Teutoburgo. Varo perdió las
águilas – era lo peor que le podía pasar a un imperator - y, según cuentan, cuando volvió a Roma, Augusto no
hacía más que preguntarle de forma lastimera: “Varo, Varo, ¿qué me has hecho de
mis legiones?”
Decía
al principio que Teutoburgo fue una de las batallas que cambiaron el mundo y la
verdad es que hizo que hoy en Alemania se hable alemán y no una lengua latina
como en Francia. La frontera del Rin se convirtió en una frontera lingüística que
se ha mantenido hasta el día de hoy. Y todo por aquel joven querusco que se
educó en Roma. Esta historia la recogió Porpora en su Germánico en Germania y Manfredi también nos cuenta la historia en
uno de sus best – sellers. Esto os lo he contado con toda la humildad del
mundo. Espero que lo comprendáis.
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