De locos sería el que yo me
pusiera a tratar aquí de la poesía de
Karmelo C. Iribarren cuando mentes tan preclaras de la literatura como Túa
Blesa ya lo han hecho. ¿Qué podría yo, en mi humildad de lector, aportar a lo
que sesudos catedráticos han dicho ya sobre este poeta donostiarra que tan y
tan merecidamente triunfa? Poca cosa; sin embargo, sí que quiero decir lo que
he sentido al leer Seguro que esta
historia te suena, su poesía desde 1985 al 2015, es decir, treinta años de
palabra poética. Vamos con ello:
En
primer lugar, decir que Iribarren centra su poesía en un paisaje urbano en
donde no faltan las autopistas, los autobuses, los moteles y la ciudad en
general. Esta ciudad suponemos que es Donostia, pero podría ser una ciudad
norteamericana porque se ve a la legua que Carmelo ha leído a los americanos y
los ha leído con aprovechamiento, tal y como nos decían los frailes del sagrado
Corazón. No aparece para nada el paisaje rural guipuzcoano y todo es urbanita
al cien por cien.
En
segundo lugar, Karmelo escribe de manera sencilla (¡Ojo con la sencillez que a
veces es más compleja que la complejidad), con palabras de la calle, (cuenta
que le dijo Celaya que no utilizara palabras que tuviera que buscar en el
diccionario) y con un verso claro por lo que cualquier lector de prosa, no
habituado a la poesía, puede leerlo sin dificultad. Nada de poemas crípticos.
En tercer lugar, Iribarren usa
esa técnica milenaria del epigrama: dejar el final como un latigazo o una picadura
de avispa. Así en Marcial, antes en Catulo y en todos los grandes epigramistas que
en el mundo han sido.
En cuarto lugar, Karmelo se
construye un personaje poético rentable que no sé si es él mismo o disfraza su
yo de tío duro, pero que, a poco que se le hurgue, se le nota un corazón tierno.
Ya lo dijo un santo de Roma que no se debía llevar el corazón ebn la mano.
Deciros
que hay poemas de Iribarren que siento no haber escrito porque son
verdaderamente geniales. Personalmente, los que más me gustan son aquellos en
los que el tipo duro se pone tierno y nos habla de su chapa del KAS, de su
relación con el viento, con la lluvia, de su paraguas roto, de esas estaciones
abandonadas que se parecen a sí mismo, de ese tren al que lo ilumina el amor de
su chica, en fin, tantos poemas que he señalado en el libro porque son
realmente muy buenos.
Por
último, decir que la fama de Karmelo Caballero Iribarren es justa y merecida.
Estamos ante un poeta de valía que escribe en las antípodas de mi manera de
escribir, pero que, o quizás por eso, no
dejo de admirar y disfrutar.
Si
un día regreso a Donostia, ya nos veremos por allí. Le invito a usted, señor
Iribarren, a unos txiquitos en Alkalde, allí donde mi abuelo Luis, en los años
cuarenta, disfrutaba de aquellos bocadillitos de jamón que eran únicos en el
mundo. Por cierto, la última vez que estuve en su ciudad, tuve la desgracia de
comprobar que el Alkalde que conocí con mi abuelo en los ochenta ya no es el
mismo. Ah, se me olvidaba: zorionak eta
urte berri on.
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