Si
alguien conoce Buçaco, ese maravilla boscosa y ubérrima en el centro de Portugal,
me ahorra contar lo que es imposible porque, como dijo Saramago, Buçaco se
pasea, pero no se describe. Sin embargo, sí puedo – y debo, tras publicar en
junio Boecillo con el corazón-
deciros que Boecillo, nuestro pueblo, y Buçaco tienen un punto de contacto. ¿La
vegetación exuberante? ¿El palacio neo-manuelino? ¿El balneario de Luso? ¿Los
helechos arbóreos plantados por los carmelitas? ¿Las fuentes que por doquier
llenan de frescura tan hermoso lugar y crean esos jardines que son un prodigio
en manos de los portugueses? Creo que no va por ahí el punto de contacto entre
Boecillo y Buçaco. ¿Dónde está entonces? Pues en un personaje que pasó por
Boecillo, se alojó en el colegio de los Escoceses y que fue fundamental para la
victoria española en la Guerra de la Independencia, ésa a la que nuestros hermanos portugueses llaman
Guerra Peninsular. Creo que ya sabéis que me estoy refiriendo a Wellington que
participó en la batalla que lleva el nombre del parque nacional portugués y de
cuyo paso guardan nuestros hermanos peninsulares un olivo en donde el duque ató
su cabalgadura. No me interesa si es o no es verdad, pero me gusta ese celo por
conservar lo histórico. Y puestos en materia, ¿por qué no nos buscamos un arbolillo
de los pocos que van quedando en nuestro pueblo y decimos que ahí ató su
caballo Wellington? Para la reconstrucción histórica vendría que ni pintado.
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