No conocía a Danilo Kis, pero su conocimiento durante este verano me
ha devuelto la esperanza en la literatura con mayúscula. Una tumba para Boris Davidovich es una crítica honda contra la
represión del pensamiento que Danilo vivió tan de cerca. Es lo miso que nos
situemos en la Inquisición de Bernardo Gui o en la URRSS de Stalin: hay un
denominador común que es la el rechazo que el poder tiene contra el pensador.
Supongo que, por esta razón, las leyes educativas españolas se esfuerzan,
desde hace ya casi treinta años, en crear analfabetos funcionales sin el menor
sentido crítico; rebeldes de pacotilla capaces de denunciar a su padres, pero
incapaces de denunciar a una sociedad que de la que son excrecencias
interesadas. La anulación del esfuerzo, del asombro, de la satisfacción del
aprender por aprender y no del aprender a aprender son algunas de los frutos
que diferentes leyes servidoras de los politicuchos que hemos tenido que
soportar han producido. Estos alumnos, obsesionados por la certeza - que en su
grado sumo lleva a la neurosis- ni siquiera saben que en la duda o de la duda
parte el conocimiento. Pero ellos no tienen la culpa: otros han querido que así
fuera y otros - incluidos los sindicatos de izquierda que se han apuntado a todos
los cambios sin saber el daño que hacían - somos los culpables. Pero la voz de
Danilo Kis se alza para señalarnos el camino. ¡Gracias, Danilo, por esta señal
que nos regalas desde tu profunda escritura,
ésa que tanto temen los que fabrican analfabetos que les aseguren sus
poltronas in saecula saeculorum!
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