Cuenta
António Cândido Franco en su libro sobre el rey don Sebastián de Portugal, o
meu rei, que entre las tropas portuguesas iban también soldados de otras
naciones y de esas otras naciones, castellanos; y que al mando de esos
castellanos iba “mi capitán Aldana” uno de los poetas a los que más he leído y
querido. Pues bien, sigue contando el historiador portugués con su magnífica
prosa que, cuando la batalla estaba ya ganada para los portugueses, se escuchó
una voz que dijo: Ter! Ter! Volta! Volta!
y que, por esta voz, los portugueses se replegaron y se perdió la batalla. Tres
“culpables” señalan los historiadores: Miguel Leitão de Andrada, que iba en las
tropas y que, por tanto, fue testigo directo, señala al capitán Pero
Lopes; ni entro ni salgo en esta afirmación, pero la que no puedo sufrir es la
afirmación de Antero de Figueiredo que se atreve a decir que fue mi capitán
Aldana que dio esa malévola orden. ¡Por ahí sí que no
paso, señor de Figueiredo! Mi capitán fue hombre valiente y amigo do meu rei
así que dudo mucho que de él partiera la orden. El ya mencionado António Cândido
Franco sale en defensa de nuestra honra y dice que la orden partió del propio
rey de Portugal que había ido a Alcazarquivir a ser derrotado. Esta afirmación
da para mucho comentario, pero, al menos, exonera al ilustre poeta de tan alta
responsabilidad.
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