Hay
libros que andan por casa y que no se sabe muy bien por qué han llegado a los
estantes. Quizás un deseo repentino al verlos en las librerías; quizás una
pulsión mercantil o un deseo compulsivo que te lleva a llenar el corazón de
libros que de forma apotropaica te libren de la muerte. Lo cierto – y sin
entrar en más detalles-, es que La
filosofía del vino del húngaro Béla Hamvas estaba ahí llamándome a gritos
para que la leyera. Y, al leerlo, la sorpresa ha sido mayúscula porque en ese
pequeño libro de menos de cien páginas se esconde toda una filosofía vitalista
y hedonista. Es el triunfo de Baco sobre Apolo, de la φύσις sobre el λόγος; es el triunfo de lo
políticamente incorrecto sobre lo correcto. El libro es una fiesta báquica en
la que corre el vino y el placer. Nada
de lo políticamente correcto tiene aquí cabida: en la vida, un buen vino, una
buena comida y un buen cigarro a ser posible egipcio o de los Balcanes, como
aquellos que se fumaba en Roma nuestro rey Alfonso XIII porque ya se sabe que
los exilios, con buen tabaco, son más llevaderos. Y hay que elegir bien el vino
porque los vinos tienen su personalidad y no es lo mismo un vino blanco o
dulce, que tira a femenino, que un vino tinto o seco, que tira hacia lo
masculino; no es lo mismo un vino de llano, que un vino de montaña o un vino de
ladera; no es lo mismo tomarse un vino debajo de la parra o tomarlo en la
bodega. Leyendo a Hamvas te das cuenta de que recoge aquello que los viejos de
los pueblos vinateros sabían: por ejemplo, que un vino, tal y como he dicho
antes, no es lo mismo bebido en la
bodega entre camaradas, bromas y cantes que bebido en casa bajo la atenta
mirada de tu santa esposa y de tus sufridos hijos; que hay vinos tan delicados como una señorita
de Budapest o de Valladolid ( me refiero al Valladolid de la obra teatral de
Joaquín Calvo Sotelo, no a una “señorita” hasta el trasero de ginebra en el
botellón de Las Moreras o en el día infausto de las peñas) y vinos con los que
disfrutan los campesinos del Danubio; que los vinos ganan o pierden grados
viajando hacia el norte o hacia el sur y, sobre todo, que no puede haber una
comida sin un buen vino ni un buen vino sin una buena comida. Hamvas, divide
los países en los países se dividen en
dos tipos: los países del vino y los países del aguardiente; España, Italia o
Francia o su Hungría natal frente los países
del norte en donde son más aficionados a los aguardientes y a las bebidas
espirituosas. Esos países que no beben vino no son de fiar y, sin embargo, los
países que sí bebemos vinos somos gente amable, simpática, con ganas de vivir.
Sería interesante que los representantes de Bélgica o de los Países Bajos en la
Unión Europea leyeran a Hamvas porque, quizás, cambiarían su negativa opinión
sobre nosotros. Béla Hamvas es un vividor /bebedor al que los médicos le
pondrán muchas pegas pero que al resto de los mortales nos parece fantástico.
Este, meine Freunde, es un libro para beber y para apurar como en el
coro de Marina de Arrieta. Acordaos de aquello que les decía Churchill a los
soldados ingleses: “No luchamos por Francia, luchamos por sus vinos”. Pues eso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario