DECAPITAR LAS ESPIGAS
πέμψας γὰρ παρὰ Θρασύβουλον κήρυκα
ἐπυνθάνετο ὅντινα ἂν τρόπον ἀσφαλέστατον
καταστησάμενος τῶν πρηγμάτων κάλλιστα
τὴν πόλιν ἐπιτροπεύοι.
HERÓDOTO
– Historias. 5, 92f
clamó el mensagero al
huert
en el cual muchas coles
havie
et sacó un ganivet
et teniendo la letra en
la mano et leyend
talló todas las coles
mayores
que yeran en el huert.
Cantar
de la Campana de Huesca- siglo xii
Se
pensaban los nobles que sería fácil burlarse de mí, un rey mitad monje, mitad
soldado; un rey cuyo sitio más era el claustro monacal que la corte de Huesca;
un rey que pondría hasta setenta veces siete la otra mejilla. Se pensaban los
nobles que me podrían manejar a su antojo, que sería un rey abúlico, que sería
un rey que se movería como una marioneta de sus ambiciones. Y se equivocaron.
Un
día escribí a mi antiguo abad del monasterio de San Ponce de Tomeras y le
entregué la carta a un mensajero que, partiendo a uña de caballo, apenas tardó
en llegar. Cuando el abad lo recibió, lo llevó al huerto del monasterio, un
huerto muy bien trabajado por los monjes que empleaban, tal y como prescribe la
regla benedictina, ocho horas del día en su cultivo. Llegando a una tabla de
repollos, el abad cortó con una espada aquellos que más sobresalían y le dijo:
“Cuéntale al rey Ramiro lo que has visto”
Partió
el mensajero camino de Huesca y cuando llegó, me contó lo que había visto. Al
principio, quedé desorientado pues no comprendía el mensaje que me había
querido trasmitir mi antiguo abad, mas, al cabo de un rato, se me vino a las
mientes una lectura que mucho le gustaba y que, muchos días, al sol de febrero
que iba calentando el claustro, me contaba. Aquella lectura amena se trataba de
un rey que, al igual que yo había mandado un mensajero a mi antiguo abad, él había
mandado otro a la corte del
rey Trasíbulo de Mileto y, éste le
había dado a aquel mensajero, enviado por Periandro de Corinto, la siguiente contestación
que recoge el gran historiador griego Heródoto de Halicarnaso al que leíamos en
una traducción latina que había traído consigo un viejo monje casi ciego, que
respondía al nombre George Ludovic, desde
su tierra de Panonia. Así decía esa historia:
“Periandro de
Corinto despachó un heraldo a la corte de Trasíbulo de Mileto para preguntarle que
con qué tipo de medidas políticas conseguiría asegurar sólidamente su posición
y regir la ciudad con el máximo acierto. Entonces Trasíbulo condujo fuera de la
capital al emisario de Periandro, entró con él en un campo sembrado y, (...)
cada vez que veía que una espiga sobresalía, la tronchaba (...) Acabó por
destruir lo más espléndido y granado del trigal. Y, una vez atravesado el
labrantío, despidió al heraldo sin haberle dado ni un solo consejo”.
Recordé la explicación que me daba: esas espigas que
sobresalían eran los nobles del reino y lo que quería decir Trasíbulo al cortar las
espigas que sobresalían era que conservaría el poder si lograba suprimir los
nobles levantiscos y díscolos cortando sus cabezas como había cortado las
mejores y más sobresalientes espigas y dejando los bálagos huérfanos.
Lo demás ya lo conocéis: llamé a los nobles y, según
llegaban, les iba cortando sus cabezas con las que formé una campana a la que
puse de badajo la cabeza del obispo, tan levantisco o más que los propios
nobles.
Tras esto pude reinar en paz y hasta me casé con Isabel de
Poitou, una viuda francesa, en la catedral de Jaca. Fue ella la que me dio a mi
hija Petronila que casó con Berenguer IV. Pero basta por hoy de historias de mi
reinado. La tarde está llegando hasta este monasterio oscense de San Martín el
Viejo en el que vivo dedicado a mis rezos. Está
ya la campana tocando para el rezo de Completas y la sillería del coro
me espera. Así soy feliz, mucho más feliz que cuando era rey porque siempre
tuve esta vocación de entregarme a Dios, de ser nada más que un simple mortal
mitad monje y mitad soldado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario