Doña
Bárbara es la gran novela del llano de Venezuela, ese lugar en donde el hombre
y la naturaleza son uno al ir poco a poco dejando la llanura del Estado de
Apure su huella en los seres humanos que la pueblan. Desde las primeras líneas,
cuando Santos Luzardo, un partiquín de Caracas que regresa a la finca en la que
se crio, Altamira, lindante con El Miedo, la finca de doña Bárbara, la terrible
mujer que domina el llano con su dinero, con su brujería y con su mirada, vemos
la naturaleza en todo su esplendor y en toda su fuerza. Santos es el hombre
civilizado que, mientras viaja en un bongo camino de la finca, se da cuenta de
cómo el medio devora al hombre y, cuando llegue a su destino, encontrará a
Lorenzo Barquero, padre de Marisela, un pobre hombre que, aun habiendo estudiado
como Santos en Caracas, ha caído en el alcohol porque la tierra del llano
devora a los hombres como los tremedales
de barro pútrido.
Gran
novela escrita en un castellano trufado de palabras de aquellas inmensas
llanuras venezolanas que dejan en la boca el regusto amargo y sangriento de una
tierra caliente. Rómulo Gallegos es un escritor de fuste que, aunque publica la
novela en la década de los treinta del pasado siglo, tiene la garra de los
grandes escritores realistas del XIX.
Doña
Bárbara, la devoradora de hombres, es una novela que tenía por casa y que no
había leído porque omnes non omnia
possumus , que dijo el vate de Mantua, o porque me sonaba a culebrón
serótino tal y como se puede ver en la foto que acompaña a este humilde texto,
pero, que tras su lectura, me ha dejado ese regusto que deja la buena
literatura que es como el bouquet de un cognac Napoleón, el sabor de un Cohíbas
o el paladar dulce de mi Mangurrito del alma. Muy pero que muy recomendable
para los amantes de lo bueno.
Por
cierto, Gallegos llegó a presidente de Venezuela. Digo esto por si nuestro
presidente Pedro Sánchez, Petrus Pulcher,
se anima y nos sorprende con una novela
sobre La Mancha que, es, mutantis mutandis,
lo más parecido al llano venezolano que tenemos en España. (Y que me perdonen
mis primos venezolanos).
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