Recuerdo
que lo contaba el profesor Lasso de la Vegas en sus clases de Comentarios de textos
griegos allá por un lejano 1989 y voy a intentar contároslo tal y como lo
recuerdo aunque aderezada la historia con alguna miejita de modernidad que
nunca viene mal. Andan los jóvenes actuales con la frase, “a llorar a la llorería”
que no sé muy bien de dónde viene, pero que ha dejado obsoleta y casi sin uso a
aquella otra que escuchaba yo en mi infancia de “a llorar a los Paúles”. En
fin, a lo que vamos. Resulta que el sofista Antifonte fundó un centro
especializado en calmar el dolor de los clientes por medio de la palabra allá
por el siglo V. a. C. Los sofistas eran expertos manejadores de la expresión
verbal tal y como nos lo cuenta en su libro la gran Jacqueline de Romilly, la
gran filóloga francesa que fue, entre otras muchas actividades, la traductora
al francés de Tucídides y su guerra del Peloponeso. Hablaba Antifonte de una τέχνη
ἀλυπίας, es decir, de “un arte para la ausencia de la pena” en traducción
literal. Después, he sabido que, en pleno corazón de Malasaña, en Madrid, se ha
abierto un local con el nombre de “Llorería” en donde sus clientes reciben consuelo para sus penas. No sé si sabrán sus
dueños que dos mil quinientos años antes ya se les adelantaron los atenienses
en la persona de Antifonte. Nihil novum sub sole.
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