Cuando
yo era pequeño, iba con mi abuela Patro a comprarme zapatos a Los Guerrilleros,
una enorme zapatería que había en la muy madrileña Puerta del Sol. También
estaban los calzados Segarra, con fábrica en la castellonense Vall de Uxó, y
los calzados Geltra en la calle Hortaleza. Quizás, por esto, he sentido siempre
un cariño especial por los zapatos y he procurado llevarlos limpios y tratarlos
bien. Pero que nadie piense que padezco retifismo, esa parafilia que se
caracteriza por una atracción fetichista y morbosa por los zapatos entendidos
estos como objeto del deseo sexual. Según mis amigos los psicólogos y psiquiatras,
los que padecen retifismo disfrutan acariciando, oliendo, besando en incluso
lamiendo zapatos ya que consideran o asocian los pies y los zapatos con los
genitales. Como resulta que esta filia se da más en hombres que en mujeres,
suponemos que asocian los zapatos con los genitales femeninos. El nombre viene
del escritor francés Nicolás Edme Restif de la Bretonne que, allá por el siglo
XVIII, fue el primero en describir los síntomas de esta parafilia que, según
dicen , es bastante más frecuente de lo que se podría pensar en un principio.
Es más, hablan los psicólogos de que podemos encontrar subparafilias dentro de
la parafilia raíz y así, si alguien siente atracción por los zapatos de tacón
alto en particular, hablaríamos de una altocalcifilia. Según los que saben, las
partes del cuerpo que son más usadas como fetiches son los pies, las manos y el
pelo. El podófilo ( otra manera de llamar a esta filia es podofilia) está
interesado, como ya hemos visto, en el zapato como “objeto del deseo” y hago
esta mención a Buñuel no sin intención pues es conocido y estudiado cómo el de
Calanda tenía una gran obsesión con los zapatos.
Claro que, en el polo opuesto, están
esas personas que tienen miedo a los pies, ya propios, ya ajenos. A estas
personas se las llama podófobas porque sufren una de las miles de fobias
catalogadas: la podofobia o miedo a los pies.
¡Madre querida, cómo está el patio!
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