Esta
gorra es algo más que una gorra de cuadros en un mantel de cuadros. Esta gorra
es algo más que una simple gorra para protegerse del sol en estos veranos
recios de la Castilla del Duero. Esta gorra es algo más que un complemento para
darle un punto de donaire caballista al que no le vino de nacencia. Cuando me
pongo esta gorra, siento el cariño de unas personas muy grandes con las que he
compartido muchas horas buenas, regulares y algunas malas ( muy pocas); cuando
me pongo esta gorra, estoy sintiendo que ha merecido la pena dedicar nueve
meses a estas personas con las que he establecido un vínculo afectivo que va más
allá de los estrictamente profesional; cuando me pongo esta gorra, creo ( en mi
soberbia) que no seré tan mal profesor como me creo y que quizás, si no puedo
sembrar conocimientos, vaya sembrando otras cosas que han echado raíz en estos
nueve alumnos, tan pocos pero tan grandes. Cada vez que veo esta gorra, me
llega un viento de esperanza que abre las ventanas de mi corazón ajado y lo
llena del viento puro y limpio de la juventud. Con esta gorra, la muerte se
aleja por lejanos cerros en donde la tormenta de los años deja caer sus rayos
de angustia y me quedo en mitad de una dehesa, mirando mi gorra que resume en
estos cuadros de vivos colores las nieblas de noviembre, la escarcha de
Navidad, las heladas de enero, el solecillo de febrero que siempre encuentra un
banco con jubilados, el viento de marzo, la luz de abril, las flores de mayo,
la felicidad de junio, el alborozo de albercas de julio, el calor de agosto, el velero de septiembre
y el sol dorado de octubre. Cuando al llegar la noche, la angustia haga sonar
las roldanas de los pozos profundos del miedo, me pondré vuestra gorra y saldré
hasta los campos en donde sueño con el mar de la infancia. Y sabré que, con
ella, esté donde esté, siempre estaré en lugar seguro. Gracias, alumnos del
Alfonso VI de Olmedo.
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