Adriano,
que había leído mucho y bien a los griegos, se acabó aficionando al amor griego
y se enamoró de un muchacho de Bitinia por nombre Antínoo. Tan hermoso era el
muchacho que el emperador hizo poner su busto por todo el imperio y hasta le
fundó una ciudad, Antinoópolis en el curso medio del Nilo. ( ¡ Olé el rumbo que
hacía que los emperadores no se conformaran con poner un piso a sus amantes!),
río que sería la perdición del muchacho pues murió, ante los ojos de Adriano,
al caerse al agua por la que surcó, con velas negras cuando creyó perder el
amor de su Marco Antonio, la reina Cleopatra.
Hombre delicado y poeta además de
filósofo, en su lecho de muerte escribió estos versos que abren la obra de la
Yourcenar y que mi buen amigo, ya fallecido, José Ángel de la Calle, me pidió
que le tradujera en una de aquellas tardes de la Fuenfría que llevo, como don
Luis Rosales, en los más profundo de mi corazón. Os los dejo con mi muy humilde
traducción.
Animula, vagula,
blandula
Hospes comesque
corporis
Quae nunc abibis in
loca
Pallidula, rigida,
nudula,
Nec, ut soles, dabis
iocos...
Pequeña
alma, blanda, errante
Huésped
y amiga del cuerpo
¿Dónde
morarás ahora
pálida,
rígida, desnuda,
incapaz
de jugar como antes...?
P. Aelius Hadrianus Imp.
No hay comentarios:
Publicar un comentario