Cuentan también viejas crónicas que Adriano, al que la Yourcenar nos lo pinta como hombre serio y estudioso además de gran filósofo, tenía, como buen hispano de la Bética, su gracejo. Y así nos cuentan que un día se llegó hasta él un romano con el pelo blanco para solicitarle un favor que Adriano, muy amablemente, le concedió. Se ve que el personaje en cuestión se aficionó a pedirle favores al emperador y, otro día, tras haberse teñido el pelo, volvió a pedirle otro favor. Al verlo Adriano, le dijo con ese acento que tenían los de la Bética y del que nos habla Cicerón en su Pro Balbo:
-
Lo siento, amigo, pero el otro día ya
le concedí un favor a tu padre.
También
cuentan que Adriano estaba un día en las termas y vio a un pobre hombre que ,
como no tenía dinero para que un esclavo le pasara la estrígile para quitarle
el aceite, se la estaba quitando frotándose contra el marco de una puerta tal y
como hacen las bestias. Adriano, apiadándose del pobre hombre, le dio dinero
para que se alquilara un esclavo que lo raspara. Al cabo de unos días, volvió
Adriano por esas mismas termas y qué sorpresa tuvo al ver a varios bañistas
frotándose contra el marco de las puertas. Entonces, con su gracejo bético, les
dijo:
-
Si no tenéis para un esclavo, lo mejor
es que os frotéis los unos a los otros.
Tenía
“su punto” el bueno de Adriano.
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