Aquella mañana, el cielo gris
nos precedía.
Entramos en la casa,
íbamos recogiéndote
de todas y cada una de las cosas.
Íbamos arrancándote
de todas y cada una, cuidadosamente,
para no romperte más del todo.
Allí estabas, seguías…
Un silencio pesado, plomizo
se volcaba sobre nosotros,
como losa que impidiera
cada uno de nuestros movimientos.
Y llovía…
Idas y venidas,
e íbamos dejando algo de todo
lo que tú sellaste indeleblemente
marcado. Era el momento.
Y llovía…
Allí dónde viviste tus últimos sueños,
allí ,donde cada mañana
el sol venía a visitarte
acariciando los cristales,
todo era muerte.
Una enorme borra de muerte
lo cubría todo, anunciaba
que allí, en el sur,
cerca del mar, hace tiempo
que tú ya sabías que habías muerto.
.
.
.
.
nos precedía.
Entramos en la casa,
íbamos recogiéndote
de todas y cada una de las cosas.
Íbamos arrancándote
de todas y cada una, cuidadosamente,
para no romperte más del todo.
Allí estabas, seguías…
Un silencio pesado, plomizo
se volcaba sobre nosotros,
como losa que impidiera
cada uno de nuestros movimientos.
Y llovía…
Idas y venidas,
e íbamos dejando algo de todo
lo que tú sellaste indeleblemente
marcado. Era el momento.
Y llovía…
Allí dónde viviste tus últimos sueños,
allí ,donde cada mañana
el sol venía a visitarte
acariciando los cristales,
todo era muerte.
Una enorme borra de muerte
lo cubría todo, anunciaba
que allí, en el sur,
cerca del mar, hace tiempo
que tú ya sabías que habías muerto.
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