Cundo
el doctor Polidori y Lord Byron llegan a Dresde, el médico cuenta que Byron,
nada más llegar, se lanzó sobre la camarera y la conoció de manera bíblica.
Byron que tenía una cojera desde la infancia y que antes de los dieciocho había
llegado a pesar más de cien kilos, se cuidaba de manera casi obsesiva en la
dieta y se revolcaba (con perdón) con cuantas mujeres y hombres podía. Conocida
es también la cifra de los doscientos coitos que llegó a consumar el inglés y,
según él, tenían que ser coitus pleni et
obtabiles, es decir, deseados y llegando hasta el postre. Esta cifra le sitúa
en ese club en el que también militan algunos conocidos sementales de
España. Sin embargo, esta tendencia a lo
semental por parte de Byron nos lleva a pensar que, como don Juan, personaje al
que dedicó un libro, dudaba de su propia masculinidad y tenía que convencer a
los demás y, sobre todo, a sí mismo de que era un macho total. Ya de esto trató
Ortega y no le voy a fusilar sus ideas. Evidentemente, Byron no llegó a las cifras
manejadas por los sementales hispanos (¡¿doce mil mujeres!?), pero lo intentó.
Ya se sabe, como dijo Ovidio, otro que decía que brindaba a Venus nueve veces
por noche, que in magnis satis voluisse,
es decir, que en las cosas “importantes” lo principal es intentarlo. Pero
servidor, felizmente casado y con tres hijos ya no tiene ni fuerzas ni ganas de
intentar ganar a Byron o, lo que ya me parece imposible de todo grado, a los
sementales hispanos cañís. ¡Qué le vamos a hacer!
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