Cuentan que, un día que San
Agustín estaba paseando por la playa, vio a un niño con un cubito echando el
agua del mar en un agujero que había cavado e en la arena. El santo se quedó
muy sorprendido y le preguntó que qué hacía con tanto empeño a lo que el niño
le contestó:
-
Estoy intentando meter todo el agua del mar en
este agujero.
El santo le dijo sonriendo:
-
Pero eso es imposible ¿No ves que nunca lo
conseguirás?
A lo que el niño le contestó_
-
Pues eso te mismo te pasa a ti cuando intentas
meter en tu cabeza los misterios de Dios. Y acto seguido desapareció.
si he
traído a colación esta historia, es porque,
de la misma manera, no se puede meter en una humilde entrada de blog un libro
como el Wilhelm Meister de Goethe
porque es un libro tan grande, tan lleno de vericuetos y de sendas que
cualquier intento de explicarlo lleva a un error porque quizás, como los
grandes misterios de la religión es inefable y, si algo se explica, ya deja de
ser misterio. Tan sólo os puedo hablar de algún personaje como Mignon, esa
extraña niña hipersensible que tocó en el corazón de otro hipersensible como
Schumann a la que dedicó su Réquiem para
Mignon y una obrita de sus Paginas
para la juventud. Beethoven también anduvo a vueltas con el Wilhelm Meister
de Goethe. He tenido la suerte de leerlo en una traducción de Rogelio G.
Falaguera, gran traductor del alemán y del francés allá por los años veinte y
treinta para la editorial Ramón Sopena y del que, si puedo, me gustaría
contaros algo más.
Lo dicho, sólo su lectura puede acercarnos a este misterio
en forma de libro. Un libro como una catedral que diría Manolo Cambronero.
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