Este breve (no ocupa más de 45 páginas), pero
enjundioso libro de este poeta granadino, ganador en el año 2013 del premio
Alegría que concede el Ayuntamiento de Santander , la marinera, Jesús Montiel,
me gusta mucho. Montiel es poeta de varios premios y así Placer adámico fue premio Universidad Complutense en el 2011. Y Díptico otoñal fue premiado con el Leopoldo de Luis en el 2012. A estos premios es menester
añadir el premio Hiperión de 2016 por Memoria
del pájaro , libro que aún no he podido leer, pero que me está llegando en
estos días por correo. En el
preámbulo, Montiel expresa muy bien lo que, para él, es el oficio de poeta: “relatar lo ordinario de forma
extraordinaria”. Y así, en su terreno vital y poético, se entrega Jesús Montiel
a una labor entomológica de estudio de ese insecto que nos vive y que se llama
corazón. No es Montiel un poeta con verbositas
sino, al contrario, de palabra medida
y justa, rico en imágenes y buscador incansable de la luz. Así, en
ITINERANCIA, en sólo cinco versos nos habla de la vida, los ramajes y la luz
que revive. En APÍCULA, nos presenta un paralelismo entre ese grupo de avispas que, cansadas de
la vida depredadora, deciden dedicarse a libar flores y se convierten en
avispas proscritas a las que se denominó abejas. Un buen libro el de Jesús
Montiel altamente recomendable para los buenos lectores de poesía. Ahí os dejo
con un poema suyo no de este libro, sino de Placer
adámico. Me lo agradeceréis.
VISITA
AL MUSEO
Niños terrícolas del siglo treinta:
mirad lo que llamaban los antiguos un bosque.
Entonces las especies vegetales
brotaban a su antojo de la tierra,
se hermanaban formando laberintos
rebosantes de vida.
Los árboles crecían, se estiraban
como sueños borrachos de tormenta
y en sus copas el viento cantaba con el pájaro.
-la extrañeza les abre la boca y la mirada-
mirad lo azul que entonces era el cielo
-se escuchan expresiones de sorpresa-
la belleza del campo amanecido.
Observad las estrellas coronando la noche,
flotando como adornos navideños
de un altísimo abeto.
Mirad un hombre de hace nueve siglos
absorto en la visión de unas montañas.
-¿Qué fulge en su mirada? ¿Qué luz hay en sus ojos?-
Es
lo que los antiguos llamaban el Asombro…
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