Mi abuela Patrocinio siempre
andaba con los “polvos de la madre Celestina” y así, cuando yo quería que los
antibióticos que me habían puesto para las anginas me hicieran efecto a las
pocas horas, me decía: “A ver si te cree que son los polvos de la madre
Celestina”. Ella, que había nacido en 1916, aún tenía en la cabeza el título de
esta obra de Hartzenbusch. y, por eso, cuando la vi en una edición de viejo me
lancé a por ella como un cazador ansioso. Sin embargo, si os soy sincero, creo
que la obra no es de alto valor y lo único que la hace más entretenida es la
inclusión en ella de la magia que no es muy habitual en la literatura española
(Salvo la honrosísima excepción del Mágico
Prodigioso de Calderón). Comedia de enredos que don Juan Eugenio, quizá para
quitarse líos, nos dice que la tradujo del francés y que debió hacer las
delicias de los madrileños del XIX pues su fama llegó, por lo menos, hasta
aquella casa de la carrera de San Bernardo en la que nació mi abuela Patro un
24 de julio de 1916.
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