Ya decía
Azorín que hay libros que llevan a más libros y que se parecían a las cerezas
en una cesta: sacas una y se pegan varias más. Así me ocurrió , hace tiempo,
con la Epilírica del mar de José
María Fernández Nieto, y así me ha ocurrido ahora con Correo hacia la muerte de Ramón de Garciasol. Si el otro día os
hablaba de Jorge Moya, hoy os hablo de Rafael Melero, otro poeta que me ha
presentado Garciasol.
Rafael
Melero era de Tomiño, un municipio del sur de Pontevedra, y vivió en Orense y
en mi Pontevedra del alma. Escribía poemas con las heridas de Dios, la muerte y
el dolor y está muy en la línea de los años cuarenta. Rafael Melero ganó un
premio literario y una cierta fama, pero la muerte le ganó la partida muy
pronto. Sus amigos lo llevaron a dar tierra al cementerio de Señorín, en O
Carballiño y allí sigue esperando mortuorum
resurrectionem. Os dejo este poema de Dámaso Alonso que elogió mucho a
Melero y que sintió profundamente su muerte. Por cierto, voy a enviarle un correo
hacia la muerte a Garciasol para decirle que Señorín no se llama así porque el
cementerio lo pagara un señorín indiano como dice él en su libro, sino porque
así se llama esta parroquia que es más antigua que el propio Carballiño; es
más, la parroquia pasó de la hoy aldea a la que es capital municipal y
comarcal. Cuando vaya por O Carballiño, le pondré unas rosas en su tumba. Non omnis mortuus es, Raphael.
ADIÓS AL
POETA RAFAEL MELERO
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(MUERTO DE
CÁNCER A LOS 39 AÑOS)
No hay que llorarte, Melero. Fuera llantos. Lo que quiero es patear, gritar que está muy mal hecho —¡no hay derecho, no hay derecho!— y no llorar. Juntó tu esencia secreta la vida, y creó un poeta: un corazón, que en ensueño se doblaba y en clara estela dejaba su sazón... No se forja así un poeta para hacerle la peseta, y como en un juego estúpido y malvado, romper lo más delicado al tuntún. ¿Qué bestia gris burriciega trota idiota, y te nos siega al trompicón? ¿qué negro toro marrajo te metió ese golpe bajo, a traición? No lloro por ti, Melero (mira mis ojos): yo quiero protestar, gritar que es un asco, ea, y maldecir —a quien sea—, y no llorar. |
Alonso, Dámaso
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