Maestro Azorín, muchas gracias
por haber escrito esa novelita rosa maravillosa que es María Fontán (no hay géneros, hay escritores); por hacerme sentir
la Castilla de Maqueda en tan sólo una palabra; por llevarme de tu mano a París,
a ese San Julián el Pobre que tanto te gustaba y al que peregriné cuando estuve
en la ciudad del Sena; gracias por esta historia, contada a una marquesa en su
casa de El Viso; gracias por tu prosa que, aunque mal llamada apneica por
algunos, sigue siendo un ejemplo de buen castellano; gracias por los viajes que
me llenaste con tus historias en las que los zaguanes tenían cántaros que
rezumaban el frescor del agua y en las ciudades, al ponerse el sol, salían
monjas con carteras para cuidar enfermos. Y, sobre todo, maestro, gracias por
haberme dejado tus ojos para mirar el mundo, para mirar la iglesia de la Vera
Cruz en Segovia, esas ciudades en que las campanas suenan de noche, esas
tenerías por las que cruzan a sus mechinales los labrantines. Es tanto lo que
me habéis regalado en vuestra prosa, maestro Azorín, que no podré nunca
pagároslo. Sabed que tenéis mi incondicional admiración.
Suyo afectísimo
LUIS
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