Hacía tiempo que no leía a Julio
Llamazares, ese autor leonés al que tanto debo en mi novelilla de viajes, El camino del Duero, porque fue su viaje portugués el que me dio el tono
para escribir ese libro. El año pasado releí La lluvia amarilla y este año me he entregado a Historias de cine mudo, una visión de la infancia desde imágenes en
blanco y negro, las imágenes que vuelven a sus ojos en un pequeño trozo de papel
fotográfico que hace que Llamazares recuerde – y nos cuente- su infancia en un
pueblo cerca de Cistierna, en la montaña minera de León. Es bonito el libro y
creo que Llamazares no escribe tan mal como decía Paco Umbral que en su
Diccionario dice en la entrada de este escritor: Vive en Madrid y tiene un perro. Su prosa, aunque se la he notado
ahora en mi madurez más simple, con poco grado, se deja leer bastante bien e
incluso transmite emociones. El que haya vendido – y bastante- no indica que
estemos ante literatura mala. A mí me sigue gustando, quizás con el pero que os
decía antes, ese grado que me parece que ha bajado en la cuba de los años, pero
sigue siendo buena. No me arrepiento de haberlo leído ni en estos días
boecillanos ni en aquellos días abulenses en que la biblioteca era mi refugio y
mi patria.
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