Estimado Mr. Trump:
No
me importa si ya ha abierto usted esa página en español en la web de la Casa
Blanca o si sigue cerrada, pero sí me importa que sepa usted, bárbaro grosero y
casposo, algunas cosas, que desconoce: mire usted, Mr. Trump, esa lengua que
usted desprecia no ha llegado a los EEUU por medio de chicanos y espaldas
mojadas, - esos seres a los que usted desprecia, pero de los que se aprovecha
para el trabajo que no quieren hacer los americanos de pura cepa; si hubiera
llegado con ellos, tampoco sería para despreciarla, pero es que esa lengua está
en el territorio de los EEUU muchos años antes de que los emigrantes del
Mayflower llegaran a las costas de la futura potencia mundial. El español
estaba en esas tierras que ustedes se llevaron de calle cuando México firmó el
Tratado de Guadalupe- Hidalgo y tuvo que entregar la mitad del país a los
Estados Unidos. En esa lengua que usted desprecia, muchos antes de que llegaran
colonos ingleses, se escribieron libros inmortales que usted ni ha leído ni
leerá porque no lee ni la buena literatura – muy buena sería mejor- de su propio
país. La verdad, no lo imagino leyendo a Willa Cather porque lo suyo parece que
es la revista del colorín de supermercado de Oklahoma. Tampoco despreciaba
usted esa lengua cuando Mexico era – y por desgracia, es- el corral de los americanos,
el país para vender los electrodomésticos, el mercado para colocar los
productos de los almacenes saturados de sus fábricas. ¿Ha pensado alguna vez
por qué cruzan la frontera, ésa que usted quiere tapiar los emigrantes
mejicanos? Seguro que recuerda a James Dean, un actor y no lo que usted hace en
las películas en las que le han dejado actuar por la pasta que tiene y la
caradura que le echa al asunto, cuando decía una frase lapidaria: cuando
alguien tiene mucho, es porque se lo ha quitado a otro. Escuche a Dean y piense
que quizás usted y su país son tan ricos porque han practicado desde Monroe una
política de rapiña continuada. Obama fue una excepción a la regla, pero usted,
en el poco tiempo que lleva en el poder, la confirma a cada segundo.
No
me importa si no me lee. Como John Ballan, aquel gallego que se fue hasta la
casa Blanca y se encontró las verjas cerradas, le diré que “usted se lo
pierde”. No le envidio en nada, Mr. Trump. Es usted el rico Epulón y yo soy el
pobre Lázaro, pero con dignidad y con una cultura de trece siglos que me aporta
mi lengua castellana. Usted siga con su mujer – Barbie, con sus hamburguesas
del Burri King y con ese tupé teñido que le hace ser el más hortera al norte
del río Grande. Creo que no tiene remedio. Dixi.
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