Hay
joyas literarias impagables a las que llegas por casualidad. Creo que fue donde
Miguel, en Sandoval, en donde encontré Casa
ajena de Silvio D’Anzo, pseudónimo de Ezio Comparini, el escritor italiano
de Reggio Emilia que tan sólo contó con treinta y dos años para hacerse esta
pregunta de la que trata su librito. La mujer, la pobre mujer aldeana, la pobre
Zerlina, le pregunta al cura una pregunta sencilla, muy sencilla, pero de muy difícil
respuesta. Tan difícil que el buen párroco, que tantos años lleva en el pueblo,
no la va a saber contestar. Lo malo es que esa pregunta nos la hemos hecho
todos alguna vez en medio del cansancio del día a día, en medio de la amargura
de una vida sin sentido, en los “arqueos de caja” que a ciertas edades nos
hacemos. El pobre cura de esta aldea de los Alpes no supo qué responder y se quedó
en la soledad de la palabra que, según el traductor y autor del postfacio, José
Á. González Sainz, es la mayor de todas. ¿Tenemos nosotros respuesta o
habitamos en la soledad sonora del silencio?
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