No hace muchos meses, dentro de
este año que se nos va hoy, escribí de Constantino Molina Monteagudo, poeta
albaceteño que me gusta cada vez más. Ahora le ha tocado el turno a Silbando un eco extraño y ha vuelto a
convencerme y a deleitarme, cosa que en poesía, por la altura a la que pongo el
listón para lo propio y para lo ajeno, es difícil que me ocurra. Estoy cansado
de libros de poemas de terminan en la caja que reservo para el expurgo que hago
para la biblioteca del lugar en donde habito. Y que conste que hago esto porque
he considerado siempre que, como decía el genial Byron, “un libro es un libro
aunque no tenga nada dentro” y no los he mandado al contenedor de reciclaje
que, sin duda, era el lugar más acertado para ciertas bazofias. En fin, no quiero
salirme de mi tema y quiero deciros que, de nuevo, Molina, se atreve con las
cosas pequeñas, pero que son muy grandes a los ojos del corazón. Así, Molina va
pasando revista al mirlo, al pino caído, a la caja de zapatos o a la gallina.
Me gusta esta poesía de las cosas pequeñas tan alejada de la verborrea de la
que adolece la poesía española desde hace bastantes años. También las cosas
tienen sus lágrimas, lacrimae rerum
dixit Vergilius, y necesitan de un cantor. Constantino Molina Monteagudo lo
hace muy bien: por eso nunca lo enviaré a la caja del expurgo.
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