Hace
algunos años, allá por los ochenta, se inauguró en Laguna de Duero un parque
dedicado a Carmen Conde, poetisa cartagenera, que por aquellos días estaba de
moda. Supongo que iría el alcalde, que alguien leyó unos versos, y que el
concejal de cultura, que se había dejado la barba nada más saber de su
nombramiento como tal, diría algunas palabras buscadas con presura en alguna
enciclopedia (os recuerdo que no existía Internet por aquellos dichosos días).
Ahí sigue el parque treinta años después, pero ¡qué poco o qué nada se oye
hablar de Carmen Conde!. No corren buenos tiempos para la poesía y menos para
una poesía métrica, cuidada, elaborada, digna, buscadora de la belleza, de la
cartagenera. Lo entiendo, pero, cuando paso por ese parque, siento un punto de
pena por ver en qué terminan las vanidades humanas, o sea, las obras culturales
de los Ayuntamientos. Aquel parque nada dice a las generaciones actuales, creado
por aquellos próceres, cuya afición a la poesía es nula. Sin embargo, su
presencia me reconforta porque al verlo, pienso que non omne morietur, si es que Horacio me deja cambiar su verso y que,
por lo menos, en el recuerdo de algunos brillará, aunque sea por un momento, un
verso de aquella mujer que llevaba en su corazón la luz del Levante.
Ausencia del amante
He vuelto por el camino sin hierba.
Voy al río en busca de mi sombra.
Qué soledad sellada de luna fría.
Qué soledad de agua sin sirenas rojas.
Qué soledad de pinos ácidos errantes...
Voy a recoger mis ojos
abandonados en la orilla.
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