Mi abuelo me hizo socio de Radio Madrid y me regaló
un carnet pequeñito, verde, escrito a máquina y con unos cupones para los pagos
mensuales. No sabía mi abuelo que, muchos años más tarde, un servidor
colaboraría en SER Ávila con un programa de palabras que se mantuvo en antena
durante más de seis años, hasta que vino la crisis y la SER decidió que había
que dejar paso a otras palabras. En aquellos años en que mi abuelo me regaló
el carnet, emitían por la tarde las radionovelas. Recuerdo cómo mi madre y mi
abuela se pegaban al transistor para oír Simplemente
María y cómo me hablaron de otras anteriores como Ama Rosa o, unos años más tarde Lucecita.
Todas estas radionovelas eran de mucho llanto, de mucha pena, de mucho
sentimiento y recuerdo que, en Simplemente
María, sonaba el adagio del Concierto para Guitarra de Salvador Bacarisse,
el hermano de Mauricio Bacarisse, el poeta que siempre estoy para leer y nunca
leo. Me falta por contaros que ser socio de la SER (valga la redundancia) tenía
algunas ventajas como asistir a los programas en directo en la Gran Vía, algunos
descuentos en tiendas madrileñas y, sobre todo, uno que era el premio especial,
a saber,: si el número del carnet
coincidía con los números del cupón pro-ciegos (actual ONCE), el agraciado poseedor
del carnet recibiría en su casa las obras completas de don Guillermo Sautier
Casaseca, el afamado autor de muchas de aquellas radionovelas que tenían a
España con el pañuelo en la mano y el moco tendido. Pues bien en todos los años
en que fui socio de Radio Madrid, jamás, lo repito, jamás me tocaron estas
obras completas del autor canario. Este milagro me parece una prueba evidente
de la existencia y providencia divina mucho mayor que las pruebas de Santo
Tomás de Aquino o el argumento ontológico
de San Anselmo. Porque la pregunta era y es: ¿Qué hubiera hecho un servidor con
esas obras completas?¿Guardarlas para no dar un disgusto a mi pobre
abuelo?¿Venderlas en mi juventud a escondidas de él?¿Dejarlas en algún baúl arrumbado
en el desván? Lo dicho: para mí, no hay una prueba más irrefutable de la
existencia de Dios que el que jamás me tocaran las obras completas de don
Guillermo Sautier Casaseca.
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