Amigo Roskolníkov, otra vez nos encontramos en la
vida después de varias relecturas. Recuerdo que, cuando nos conocimos, yo era un estudiante de BUP y tú un personaje
que arrastraba sus neurosis por esa Rusia de Dios. Te leí en una edición de EDAF quizás no muy
buena, pero tu personaje, con esa pulsión de muerte que no me has explicado
nunca, me abrió la puerta de la obra de tu creador. Luego vinieron otros “locos
egregios” de los que ya he hablado aquí: el Idiota, aquel místico Karamázov y
tantos otros. Aún sigo sin entender por qué mataste a la usurera: ¿acaso fue por
tu complejo de superioridad que te llevaba a pensar que la moral no era para ti
al poner en práctica ese silogismo falso tuyo que era decir “si Napoleón era libre
de matar porque era un conquistador, por qué no voy a poder matar yo a esa
pobre viaje que no es sino un despojo humano?. Te equivocabas, Roskolníkov,
pero ahí llegó Sonia, nuestra Sonia, y nos redimió por amor, porque sólo el
amor redime de los pecados al hombre. Y estuvo contigo en Siberia y no sabemos
más porque tu autor no escribió sobre tu vida con Sonia, tu redentora. Algún
día, amigo Roskolníkov, tendremos que escribir tú y yo sobre nuestra Sonia,
sobre nuestra redentora. Te lo aseguro.
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