He tenido la suerte de leer este libro del que
llevaban oyendo hablar muchos años, pero al que no había hincado el diente
hasta ahora. Lo tenía arrinconado en ese marasmo de libros que es una de las
habitaciones de mi casa y, un buen día, lo cogí para empezar a leerlo. Y me ha
encantado porque, gracias a Ceram, he estado con Evans en Minos, con Venont y
Champollion en Egipto, con Botta, con Layard
y con Grotefend en Mesopotamia y, para colmo, hasta he tenido la suerte de
descender con Thompson a la fuente sagrada de la ciudad maya de Chichén Itza.
Si hubiera leído este libro hace unos años, en lugar de sestar dando clases,
estaría en algún lugar remoto excavando alguna civilización perdida al mejor
estilo Indiana Jones. Sin embargo, los años no pasan en balde y ya no me siento
con fuerzas para imitar a Harrison Ford. Pero al menos, in maturitatis aetate, he viajado gracias a Ceram por toda la
historia de la arqueología. Un libro que se ha quedado grabado en mi corazón.
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