Robert
Traill Spence Lowell IV nació en una familia de rancio abolengo bostoniano. Sus
antepasados vinieron en el Mayflower, es
decir, eran “pata negra” dentro de la sociedad americana. Su esmeradísima educación del noreste
norteamericano le llevó a Harvard, pero se marchó después de estudiar algunos
cursos y se licenció en Estudios Clásicos en otra Universidad menos escogida.
En la Universidad Estatal de Luisiana, Robert se sacó un máster en literatura
inglesa y, cuando fue llamado a filas, se declaró objetor de conciencia. Eso sí, chico de buena familia, le escribió
una carta a Roosvelt explicándole por qué no quería combatir lo cual podemos
considerar como un detalle de gente
bien. Su cortesía florentina no le libró
de la cárcel, pero sí fue su primer escrito político al que seguirían, en los
años sesenta, lo que escribió contra la Guerra de Vietnam. Fue un pacifista
convencido toda su vida. Lowell no ha sido un poeta muy leído en España: la
traducción de Visor de Resines tiene ya unos cuantos lustros y catorce años
tiene la que se publicó en Losada de Luis Javier Moreno, el poeta segoviano.
Merece la pena leer a Lowell, pero creo que, de una manera un tanto exagerada,
se dice que, después de Whitman, es el mejor poeta americano. Sus maestros
fueron William Carlos Williams y Robert Frost, al que fue a enseñar un poema
que había escrito y que era muy largo sobre el tema de las Cruzadas y Frost le dijo que trabajara un poco más la
síntesis sin duda porque acabó hasta las narices del poema de Lowell, pero la
educación, aunque a veces no lo parezca, también les atañe a los poetas . Os
dejo con un poema suyo para que lo leáis porque leer a un autor es la única
manera de conocerlo de verdad.
Mis reseñas virginales eran en su momento
el equivalente verbal de
los asesinatos.
Ahora son un montón
chiquito,
compacto, tan viejo como
yo.
Ellas se desintegran
amarillas
y sus páginas rígidas
se hacen añicos como las
hojas secas
escapando del árbol que les
diera vida.
Estoy sin un amigo:
Veo de vez en cuando, en la
noche cerrada,
brillar los faros de algún
auto suicida
por la autopista y luego
diluirse.
Mi vacío fantasmal ahora se
me llena
con todos mis amigos
agraviados
como tristes moscas
familiares.
¿Acaso no es hipócrita
pretender dar respuesta
a lo que no hemos sido
capaces de escuchar?
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