lunes, 9 de abril de 2018

LAS MICCIONES DEL CAUDILLO





Mucho se ha escrito sobre Franco, aquel señor de bigote que había nacido en el Ferrol, pero nunca había leído nada con referencia a su capacidad de contener  la orina. Entre sus generales, y ya antes entre sus compañeros, corría la consigna de que, a las reuniones con Franquito, había que acudir “meado de casa”. Y es que Franco, que por algo era caudillo por la gracia de Dios, podía estar sin miccionar más de catorce horas. Es lógico que la vejiga de un hombre al que Dios destinó para tan alto cometido no fuera una vejiga normal y sí una vejiga épica, digna de un Aquiles del que, en ningún momento, nos cuenta Homero que se parara a miccionar en plena batalla. Esa vejiga prodigiosa le acompañó – según dicen – durante muchos años de su vida y a los Consejos de Ministros también había que acudir habiendo miccionado previamente y sin mucha ingesta de líquidos porque el Caudillo podía estar dos consejos sin levantarse a hacer su aguas menores. Sin embargo, un día, ya en los sesenta, Franco, en medio de un Consejo de Ministros, se levantó al servicio. Los ministros lo miraron asombrados y uno de ellos, un gallego como él, pero nacido en Villalba, corazón da Terra Chá,  y que era a la sazón ministro de Información y Turismo apuntó en su cuaderno de notas: “En el día de hoy, el franquismo ha comenzado su declive”. Y no se equivocó aquel galego lucense llamado Manuel Fraga. Y es que cuando la próstata de un dictador empieza a fallar, el país que gobierna empieza a temblar.

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