Sabido
es que una revolución hay que hacerla en condiciones y que, siguiendo su
sentido etimológico, hay que cambiarlo todo, poner todo patas arriba. Para qué
seguir concediendo medallitas a los héroes de acciones de guerra, debieron
pensar los militares que habían sido reclutados entre el pueblo, gente que poco
o nada sabían de la guerra, pero que le echaban mucho ardor; gente que se
mataba por su República, pero que
desconocían cómo se interpretaba un mapa o que pensaban que la estrategia era
atacar por detrás. Azaña vio claro que así no se podía ganar una guerra porque
un levantamiento militar había que combatirlo de un modo militar. Todo esto viene
a cuento porque Juan Eslava Galán cuenta cómo a uno de los milicianos que
atacaban el Alcázar de Toledo le concedieron, como premio a su valor, un vale
en el que se lee: VALE POR SIETE “PORVOS” CON LA LOLA. Nada se sabe de la tal Lola y, tal vez, fuera
más complicado lo de los siete “porvos” que tomar el Alcázar, pero, desde
luego, esa “condecoración” al valor en campaña es toda una revolución en sí
misma. Nada de medallitas que se apolillan en los desvanes y que sólo sirven para
que abuelitos pesados den la tabarra a sus nietos con batallitas. En aquella
España de rompe y rasga, los siete “porvos” con la Lola son una bandera
revolucionaria. Eso sí, teniendo en cuenta la tristia post coitum y el cansancio de esos siete brindis a Venus,
que diría Ovido, el valiente soldadito no estaría tras siete coitos en óptimo estado de presentar batalla. Por muy español y muy macho
que fuera. Y es que así, al final, se acaba perdiendo una guerra porque tanto
“porvo”, tanto “porvo” no es bueno ni para las cucarachas.
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