Ayer
terminé con una gran pena esa novela maravillosa que es Vértigo de Sebald. Digo con pena porque su lectura me ha
proporcionado uno de los ratos más placenteros que me ha podido proporcionar
lectura alguna. Como Sebald es un autor del que se ha escrito mucho y bien,
omito cualquier intento de análisis culto - que tampoco estaría a mi alcance-, y me centro en las sensaciones que como lector
he experimentado.
Dividida en cuatro partes (Beyle o el
extraño hecho del amor; All'estero; Viaje del doctor K. a un sanatorio de Riva
y Il ritorno in patria) puedo deciros que la última parte, sin que desmerezcan las
otras tres, es de lo mejor que he leído en literatura alemana en lo mucho que
llevo leído a mi ya provecta edad. Y no sólo en literatura alemana, sino en
literatura de cualquier país del mundo. La emoción con la que Sebald “ritorna
in patria” en esos pequeños relatos que van conformando su niñez son tan
sublimes que, al terminar, he sentido pena por que Sebald no alargara la novela
unas páginas más.
Sebald además va haciendo un recorrido
por el arte, por la música (todos habréis visto las connotaciones monteverdianas
que tiene esta cuarta y última parte de su novela) y por mil cuerdas que va
tejiendo como una red en la que atrapa al lector. Sé que esto es un tópico,
pero, para una prosa tan grande como la
de Sebald, me quedo sin palabras.
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