Debía de
correr el año 1978 cuando en la TVE se pasó la serie Yo, Claudio cuyo éxito fue enorme. La imagen de ese pobre hombre
cojo, tartamudo y que parecía tonto, ganó a los telespectadores del mundo
entero. Como base a esta serie se contaba con el relato de Robert Graves del
mismo nombre y con su continuación: Claudio
el dios y su esposa Mesalina. Desde aquella fecha, quizás llevado por esa
soberbia de los intelectuales que rechazamos lo popular, no había hecho ni
intenciones de leer la obra que, a todo buen latinista, debería interesar
porque sigue muy de cerca a Suetonio.
Sin embargo, hace como cosa de un mes, me vino la necesidad de leer a Graves y
me puse a la tarea con el Yo, Claudio.
Graves, que rechazaba las dos novelas
citadas porque eran obra de la necesidad, hace una historia con buena narrativa
que mantiene entretenido aunque se recogen, como es normal, los grandes tópicos
sobre Livia y el manejo de los venenos y sobre el manejo de esta sabia mujer
sobre el gran Augusto. Recomiendo su lectura y me he reservado para mayo la
segunda parte. Ya os contaré.
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