En 1891,
en un pueblo abulense que tiene por nombre San Esteban de los Patos, entre
Tolbaños y Mingorría, nace un niño al que sus padres llaman Mariano. Este niño,
que es más bien enjuto de carnes, siente
pronto la llamada del Señor y, en 1916,
con veinticinco años, es ordenado sacerdote en Ávila. Diversas parroquias, su
ingreso en los Sacerdotes del Sagrado Corazón de Jesús, diferentes destinos
como Puente la Reina o Garaballa y una vida que dista mucho de ser heroica.
Pero todo cambia en la fatídica fecha de 1936. Mariano tiene que salir de
Garaballa, en Cuenca, y marchar para Valencia. Allí, con ropas de seglar para
no delatarse (lo mismo haría San Josemaría durante la Guerra Civil), Juan María
de la Cruz – pues ése es su nombre en religión-, pasa un día por una iglesia en
donde unos bárbaros han hecho una pira con los ornamentos sagrados y la han
prendido fuego. No contentos con eso prenden aquella iglesia de los Santos Juanes y aquel curita de
Ávila, al ver ese desaguisado, no puede acallar su voz y dice en alto:
- ¡Qué horror! ¡Qué crimen! ¡Qué sacrilegio!”.
Uno de aquellos
bestias, al oír estas palabras, se vuelve y le dice a Mariano:
- ¡Tú eres un carca!
- ¡No, no soy un carca! ¡Soy un sacerdote!Mariano sabía que, al decir que era sacerdote, se estaba condenando a muerte, pero aquel niño de San Esteban de los Patos fue al martirio con la valentía que tienen los mártires.
Murió en
Silla, Valencia, un 23 de agosto de
1936, fusilado por aquellos “valientes!” que tenían la lengua muy larga y la
vergüenza muy corta. El Papa Juan Pablo II lo beatificó en el 2000 y en la
actualidad reposa en la población navarra de Puente la Reina, localidad por la
que pasa el Camino de Santiago.
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