Don
Enrique Jardiel Poncela se preguntaba en un libro suyo que si hubo alguna vez
once mil vírgenes. Lo que quizás no sabía Jardiel era que nunca fueron once mil
las vírgenes mártires, sino once y que todo se debe a un error en el texto que
se tradujo. La leyenda habla de santa Úrsula, - un diminutivo de ursa que es en latín osa-, que a la vuelta de su viaje para
ver al papa de Roma al que declaró su firme convencimiento de seguir virgen el
resto de sus días, se encontró en Colonia con Atila que no era lo que podríamos
decir un caballero. El huno se enamoró de la “otra” y le pidió que, de su grado
o mal de su grado, tuvieran un ayuntamiento carnal. Úrsula se negó y con ella
once amigas a los que los hunos querían llevarse al catre. Pero he dicho once y
no once mil porque el manuscrito latino dice como sigue:
Dei et Sanctae Mariae et XI
ipsarum XI m virginum
La
culpable del desaguisado es la “m” que se interpretó como “mil” cuando, en realidad,
era la “m” de martyrum, Más claro aún: en donde se había escrito ipsarum XI martyrum
virginum se interpretó como ipsarum XI millia virginum. Ambos pasajes, el
correcto y el confundido dicen así en castellano:
de las propias once vírgenes
mártires (Correcto)
de las propias once mil vírgenes
( Equivocado)
Entre
las once vírgenes estaban Aurelia, Brítula, Cordola, Cunegonda, Cunera, Pinnosa,
Saturnina, Paladia y Odialia de Britania. Cunegonda o Cunegunda acabó,
tal y como conté en su momento, por el monasterio pontevedrés de San Juan de
Poyo, el maravilloso lugar gallego en el que habita Rafael Pintos, el ilustre
poeta pontevedrés que se hace llamar Vladimir Dragossán. Pero ya me estoy yendo
de madre.
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