Como es
sabido por todos, don Gerardo Diego estuvo en Soria y Soria se adueñó de su
corazón. Llegó el joven cántabro para tomar posesión de su cátedra de Instituto
y fue la ciudad “que lame el Duero” la que tomó posesión de su alma. En los
poemas de su libro Soria sucedida, don
Gerardo deja ver su amor desmedido por Soria que se nota por sus poemas en los
que surgen las calles, el río, las campanas, los atardeceres. Volvió don
Gerardo a Soria después de dejar su cátedra de Lengua y Literatura Española y
siguió teniendo amigos en la capital de la Extremadura castellana que mira
hacia Aragón. Recuerda las tardes de casino con el piano en el que Gerardo, que
era también un buen pianista, tocaba a Beethoven; recuerda a Mariano Granados,
a Tudela o al gran Blas Taracena, el arqueólogo numantino por excelencia. Baste
el soneto que dedicó a este sabio para que el amor que sentía el poeta por
Soria salte hasta nuestra alma y baste el maravilloso Romance del Duero para
que sintamos el paisaje soriano y el Duero, el joven Duero. En su momento
escribí que me hubiera gustado haber sido profesor en Soria, haber vivido en
sus calles, haber tocado el piano del Casino, haber visto anochecer desde el
Mirón y haber recorrido, en laica peregrinación, los “santos lugares” por los
que anduvieron Antonio y Leonor. Ya sé que son tópicos, pero también el tópico
puede llenar nuestro corazón de barcos. No lo olvidéis.
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