¿A quién benefició el
pazo de Meirás? Pues vamos a seguir, para dar cumplida respuesta a esta
pregunta, el libro que Pérez y Babio han
publicado sobre el muy afamado pazo. Allá por el año 1938, un grupo de
coruñeses capitaneados por Pedro Barrié de la Maza, amigo personal de Franco,
el único que le trataba de tú, el único que le decía las cosas como eran y no como las veían
los muchos lametraseros que pululaban alrededor del dictador, se puso al frente
de la Junta pro Pazo que tenía como finalidad recaudar dinero, comprar el pazo
y regalárselo al Caudillo. Todo muy bonito
(en fin…), pero el dinero se
conseguía por las buenas o por las malas y fueron mucho los que acabaron
pagando este “impuesto revolucionario de Barrié” aun en contra de su voluntad. Pero vamos por partes como Jack el Destripador.
Lo primero de todo, se compró el pazo a los herederos de la Pardo Bazán y , con
las mismas, se hicieron las escrituras a nombre del Jefe del Estado (ojo con
este término). A principio de los cuarenta,
(un par de años años después) Franco no tenía tan seguro el que siguiera
siendo Jefe del Estado pues habían perdido la guerra alemanes e italianos, grandes
valedores de su régimen, y Barrié recurrió a una curiosa y golfa maniobra: hizo
una compra falsa del pazo (recordemos que ya estaba vendido al Jefe del Estado)
, pero esta vez lo escrituró a nombre de Francisco Franco Bahamonde que se
convirtió en propietario particular del
pazo. Entonces ¿por qué Meirás era atendido, reparado y ampliado por el
gobierno de España y no por el peculio de don Francisco? Pues porque, en aquel
régimen, la frontera entre Franco y España no existía y España era de Franco y
Franco de España. Item más: Meirás funcionaba como granja ( es como había
comenzado con los Pardo Bazán) y los ganancias no iban para el Estado español,
sino para don Francisco que, según cuentan los autores, era muy aficionado a la
agricultura como un Cincinato cualquiera. Guardias civiles, camareros,
trabajadores de toda índole se pagaban con dinero público al igual que
cualquier tipo de arreglo. Incluso existía una valija entre Meirás y El Pardo
que llevaba desde platos hasta el equipo de buceo de Francis Franco, el nietísimo
del Generalísimo. Esto que parece muy raro no lo es si nos damos cuenta de una
realidad: que, durante muchos años, España fue la granja personal y privada de los Franco.
Entonces, si Galicia no recibió nada a
cambio por el famoso pazo, ¿quién se llevó la tajada? Pues, el primero, Barrié
que, entre otros honores recibió el título de conde de Fenosa y, junto a él, toda una corte de “afectos” al régimen que se
convertían en alcaldes de La Coruña o en jefes de la Casa Civil de Franco.
Así pues, la pobre Galicia lo dio todo: banderitas rojas y gualdas con las que había
que decorar a la fuerza los balcones, paisanos para trabajar el pazo, vecinos
que se vieron “invitados” a dejar su casa para engrandecer los terrenos del
dictador a cambio de nada, pero la promesa paternalista de Franco para su
tierra, para sus paisaniños, como cariñosamente
les llamó desde el balcón del ayuntamiento de Ferrol, quedó en agua de borrajas
y sus gentes siguieron emigrando, cultivando catro ferrados de terra y jugándose la vida en los mares (Miña nai que tes dous mares que cantaba
Juan Pardo)
Y es que los políticos, sean dictadores
o no, no suelen cumplir sus promesas una vez que se han hecho con lo que les
interesa de verdad: el poder. Sic vita est.
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