Recién
llegado de mi muy querida Liébana quiero dejar claro dos productos
gastronómicos que, en ocasiones, confunden algunos de los muchos viajeros que hasta
esas tierras se llegan con el ánimo de llenar sus andorgas. Una cosa es el
borono y otra es la morcilla. Son muy parecidos, casi iguales los ingredientes,
pero hay dos diferencias fundamentales: el borono no se embute en una tripa de
cerdo, ni lleva arroz. Lleva, claro está, sangre de cerdo, perejil, orégano,
pimentón, sal, harina de trigo y de maíz y se cuece como las morcillas, pero
tiene su propia idiosincrasia o personalidad, tanto por lo que acabamos de decir respecto a
sus ingredientes, como a la cocción pues en el borono se introduce un poquito
de grasa que se conoce como “alma”.
El borono se come con azúcar, manzana
frita o puré de patata y no falta en las deshojas, esas reuniones otoñales en
las que, cada día en casa de un vecino, se iban deshojando las panojas de maíz
de la cosecha reciente.
Su nombre proviene de la palabra celta “boruna”
que no puede significar maíz como dicen algunos pues aún faltaban muchos años,
en las épocas célticas, para que Colón llegase
a América y se trajera para Europa esta planta americana.
El borono fue, durante muchos años, el
sustancioso desayuno de las gentes de Liébana y también del Oriente de Asturias
y del norte de Palencia, pero, ¡atención! no sabe lo mismo un borono en Llanes,
en Potes o en Cervera de Pisuerga. Repito, no sólo el borono se diferencia de
la morcilla, tal y como ya he dicho unas
líneas más arriba, sino que hay distintos boronos en las diferentes zonas geográficas en las que
elabora.
Y, dicho esto, me siento plenamente
realizado como erudito al diferenciar con meridiana claridad, el borono de la
morcilla. Vamos, mutatis mutandis, como Ortega con el entorno y el dintorno.
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