El huerto aquel donde el amor vivía.
Juan Ramón Jiménez
En
esa luz que surgió en la noche
buscaba
calentarme con sus brasas,
prender
mi sangre cansada,
avivar
el rescoldo de ceniza de mis ojos agotados
que
ya no te buscaban en los atardeceres,
que
ya no sentían el escalofrío
de
tu mirada
en
la sombra ardiente de los pinares.
Era
otra esa luz y pensé que me buscaba
y,
en mi error, creí encontrarla
en
unos ojos que mentían del otro lado de los montes.
Ciego
no vi que sólo la luz verdadera
de
tus ojos manaba;
que
brotaba de tu silencio
y la busqué en territorios extraños,
en
caminos en los que el fracaso
se
disfrazaba de loca adolescencia,
de
imberbe amante jugando a los primeros amores.
Aún
no sabía escuchar tus calladas palabras;
aún
tenía que aprender a distinguir tu voz de enamorada
que
me aguardaba en el cerrado huerto
de
tu corazón solitario.
Noches que tienen el ruido metálico
de los recuerdos culpables,
pájaros ebrios entonando a deshora
su canto lúgubre,
bares en donde la vida
vale lo que el esputo de un borracho,
miradas compradas
con un dinero de sangre.
El frío, a veces, puede ser un hermano
que nos acoge en su casa vacía.
La noche, esa ramera que nos regala sus encantos
a cambio de lágrimas de alcohol
y de la certeza helada
de tu ausencia.
No
busques ya más esos labios
en
las íntimas plazas de los recuerdos.
Un
día supiste que aquello fue triste y cruel,
que
lágrimas brotaron de ojos inocentes.
Un
dios burlón te engañó
y
te mandó la prueba definitiva
de
que ya tu juventud moría
en
los sombríos sotos del río.
Vente a la luz y dame la esperanza perdida.
José Antonio Muñoz Rojas
Pero
llega abril y en el azul del alma
hay
pájaros
y
las rosas vencen a las espinas
que
nacieron del miedo.
Pero
llega abril y el vacío
se
colma de madreselvas
en
flor
y
de violonchelos lánguidos
que
imitan con sus notas
las
tardes largas de los besos.
Triste la casa, triste.
Ausentes las rosas, el vaso
muestra su agua putrefacta.
Triste la ventana
con un horizonte muerto
de chopos
ignorantes
del calor de las vidas.
Triste la escalera, triste
sin tus pasos
que marcaban el ritmo perfecto
a mi corazón en retirada.
Tristes mis ojos
viendo a un muchacho
que no sabe que perdió su reinado
en la playa dorada de un atardecer cansado.
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