APUNTES DE LA CASA MUERTA
“En una ocasión se me ocurrió que para machacar a un hombre y destruirlo completamente, aplicándole el más horrible de los castigos, de modo que hasta el asesino más bestial temblase al pensar en él y se amedrentase de antemano, bastaría de hacer del trabajo una cosa inútil y sin sentido”
Desconozco si César Coll y Álvaro Marchesi leyeron a Dostoyevski antes de redactar la LOGSE , pero, tras casi dieciséis años como profesor en ese sistema educativo que aquella ley planteaba, se me está poniendo complejo de Alexandr Petróvich, el protagonista de la novela cuyo título figura al frente de estos disparatados pensamientos, pero con una diferencia: él pudo decir adió a la casa muerta y decir al final del libro: “¡Sí, adiós!¡Libertad, vida nueva, resurrección de entre los muertos! ¡Qué instante tan sublime!”
A los pobres profesores de Secundaria (antes Bachillerato) ya no nos queda ni la resurrección de entre los muertos ni el instante sublime de la libertad. Nadie nos va a quitar los grilletes ni nos vamos a asombrar de haberlos llevado en los pies durante tantos años. Y de nada vale la queja o la reclamación pues, como bien cuenta Alexandr Petróvich, “limitábanse, como antes, a mortificarnos cuando se les presentaba la ocasión”.
Tremenda cita. Y por ahí algunos quejándose de la paga extra. Mi turrón, mi champán...
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