Me es
difícil dar una opinión sobre este autor gallego de nacimiento, pero de varios
lugares en los que ha trabajado (como nos pasas a todos los que nos dedicamos s
a este oficio viajero que es la educación). Vaya en primer lugar el decir que
Horacio junto a su poesía lírica tenía una poesía satírica escrita en yambos
que estaba escrita más en zapatillas de cuadros. Quiero decir que, en esa
poesía, Horacio hacía un poema sobre, por ejemplo, cómo se iban a jugar al
frontón Mecenas y otros amigos y cómo él no los podía seguir debido a su
miopía. Por tanto, creo que cualquier tema es válido para la poesía al igual
que Richard Strauss decía que él pondría en música hasta la lista de la compra.
Otra cosa es que sus poemas parezcan prosaicos – simples líneas de prosa
cortada en forma de verso – como afirman de él algunos sesudos críticos con los
que no estoy de acuerdo porque también esos poemas de Horacio nos parecen
“prosaicos”, pero, en primer lugar, están escritos en riguroso metro yámbico y,
en segundo, nos están contando situaciones, vivencias y emociones que no tienen
por qué ser ajenas a la poesía. A mí, me emociona D’Ors cuando le dedica un
poema a su coche (¡Ay, mi Audi 80 que yace en un desguace de Cigales!) o se detiene
en esas pequeñas cosas que son muy grandes a un tiempo: los hijos, los nietos,
su santa esposa. Miguel D’Ors escribe literatura con buenos sentimientos, mal
que le pese a Umbral que con Gide defendía lo contrario. La poesía no es sólo un
camino y cada uno utiliza el que cree más conveniente. Un mal poema lo tenemos
todos y, ante todo, hay que tener en cuenta que los más fácil es siempre o más
difícil.
Dicho esto, creo que puedo
decir, sin temor a los intelectuales, que D’Ors, aunque tenga algunos poemas
que me producen algo de vergüenza ajena por su prosaísmo, me parece un gran
poeta, un poeta diferente en ese grupo de gentes sin esperanza entre los que la
ha tocado escribir. Porque, D’Ors – y a lo peor esto es lo que no le perdonan
los críticos - es cristiano, de honda creencia en los valores ( me produce un
cierto asco esta palabrita) que conforman nuestra convulsa y envejecida civilización
occidental. Este final me parece glorioso por mi parte. Que el elogio bien
entendido empieza por el propio. Tan sólo deciros que lo leáis sin miedo y,
sobre todo, sin ningún prejuicio.
Amandiño
Amando, Amandiño, que eras de Corredoira,
cómo vuelve esta noche, con qué mágica luz,
aquel baño silvestre, y nuestras cabriolas
desnudas por el prado salpicado de bostas,
y aquella canción tuya, amigo agreste, bucanero de siete años
-«Ay, ay, ay, bendito es el borracho»-,
bajando por las hondas carballeiras
desmedida, insistente y en pelotas.
De aquel verano todo se ha perdido
menos aquella hora
maravillosamente sediciosa.
Después
tú te quedaste por tu mundo, libre de calendarios;
yo me adentré en el olor intacto de los nuevos libros.
De ellos salía el camino que -cursos, gentes ciudades-
me ha traído hasta esto.
Y ahora que contemplo mi vida
y me vienen ganas de darle una limosna,
le pregunto a los años
qué habrá sido de ti, Amandiño, amigo de un verano;
qué habrá sido de mí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario